Sección: OPINION
Serie: ---
Título:
El Alarde de Catalina de Erauso o adiós al armario
Autor: Luis Arturo Hernández
e-mail: luisar@espacioluke.com

nº 30 - Julio/Agosto

Página de inicio
Literatura
Música
Arte
Opinión
Arquitectura
Cine


Números anteriores
Tablon de anuncios
Enlaces
e-mail

Con la llegada del verano vuelven a la carga -a decir verdad, bastante cargantes- las denuncias contra la discriminación de género -¿por qué no se dirá “de sexo”?- en los tradicionales alardes militaristas que, como vestigios de una arqueología de hazañas bélicas, se celebran en algunas localidades vascas como la ciudad de Irún el 30 de Junio, festividad de San Marcial, o el día 8 de Septiembre en Fuenterrabía, en conmemoración de las victorias de la resistencia del Bidasoa sobre los franceses.

La reivindicación feminista de un alarde en el que las mujeres pudieran desfilar, renunciando al rol tradicional de cantineras, uniformadas de escopeteras, no recibe durante estos últimos años otra respuesta que la beligerancia por parte de los más acérrimos partidarios de la Tradición -haciendo salir “escopeteadas” a esas quintas novatas de armas tomar declaradas inútiles para el servicio- y la desestimación del juzgado de paz -saliéndoles el tiro de su tenaz incorporación a filas por la culata-, si bien con la aquiescencia de ciertas instituciones y particulares bienintencionados.

Y es que una cosa es perpetuar una tradición -”la tradición es una maldición, las jerarquías son una porquería, un patriota, un idiota” tarareábamos no hace mucho-, militarista y patriarcal -distribución machista de roles entre soldados y cantineras-, un alarde tradicional como representación colectiva o happening y museo viviente de la Historia, y otra hacer manu militari una relectura del pasado que distorsiona los hechos históricos desde una pretendida igualdad de sexos –soldados/soldadas-, falsificando, como en tantos otros ámbitos, la realidad pretérita de un Pueblo. Más aún cuando, tras la objeción de conciencia -sobreseída, más que sobrevenida- y la insumisión a un denominado ejército de ocupación -que no por su causa-, ha sido suprimido el servicio militar obligatorio -tan igualitarista, por cierto, en su origen-, imponiéndose un ejército profesional nutrido de desfavorecidos –y en el que ya hay posibilidad de alistamiento voluntario para mujeres tan belicosas y sanmarciales, y tan poco propicias por estos lares a acudir a los banderines de enganche oficial-, y más próximo -en un país multicolor- al Tercio de Regulares o la Legión Extranjera.

Lejos de aspirar a una igualdad de derechos entre ambos sexos especialmente en aquello de lo que van renegando ya los varones –así, el ejercicio de las armas-, esa contumacia de unas compañías mixtas como la “Compañía de Oiasso” descubre un espíritu militarista por partida doble, en serio y en broma-que va desde la denuncia del “Guernica” de Picassso a los aplausos a Pirritx, la payaso-, y una combatividad que se compadecen poco con la conveniencia de reducir estos alardes militares a un juego de soldaditos de opereta –soldados de plomo y goma-, y sus armas a un juguete bélico con instrucciones de uso en el recinto cerrado del parque temático, paradoja explicable tan sólo en un país donde los militaristas aterradores del Pueblo alternan, en las fiestas, el trago con el estrago y su auto-bombo con el auto-bomba.

Y, en cualquier caso, si las mujeres pretenden participar en la revista de armas y no en calidad de simples majorettes -como es en el caso de la tamborrada vitoriana, donde la reivindicación feminista se cifra en desfilar ataviadas de cocineras, ¡cosas veredes, amiga Sancha!, a los compases de don Nicanor tocando el tambor-, tras el guión de “La Monja Alférez”, no estaría de más, para completar la mascarada, que las sorores de “Catalina de Oiasso” hicieran la reivindicación inversa, aplicando la infalible “regla de la inversión” como detector del sexismo, a varones trasvestidos de cantineras -”Yo soy la cantinerita niña bonita del regimiento”-, en un desfile de carnaval -fiesta por antonomasia-, pase de modelos de fantasía de la moda guerrera para la temporada primavera-verano a comienzos del siglo, pasando de la ropa de faena al uniforme de bonito –del norte-, parada -y fonda- militar invertida y alarde castrense -que no castrante- del “día del orgullo patrio” de las fuerzas armadas de la Historia de la Liberación de Euskal Herria a ritmo de música technopop -”que la música militar nunca me la supo levantar”-, desde la freaks parade del Terrorismo paramilitar de fuego real a una love parade de drag queens que jugaran a la “ruleta rosa” con fuegos de artificio, el hit parade de una jornada de puertas abiertas -de armarios armeros- y una macrorave de anticipación del día del “adiós a las armas”, bajo la bandera del Arco Iris, entre una orgía de pacifismo que invirtiera la clásica parabellum –desterrada al “País de Más Allá del Arco Iris y no Volviris”- en un “si quieres guerra, vete preparándote”.Y entretanto, por lo menos, “ábrete de orejas”.