Sección: OPINION
Serie: El Caballo de Troya
Título:
Belleza robada
Autor: Amado Gómez Ugarte
e-mail: amado@espacioluke.com

nº 25 - Febrero

Página de inicio
Literatura
Música
Arte
Opinión
Arquitectura
Cine


Números anteriores
Tablon de anuncios
Enlaces
e-mail

El otro día leí un anuncio de uno de esos modernos centros de belleza que abogaba por la depilación definitiva por láser. Estaban de promoción y habían bajado los precios. Ahora, qué suerte, depilarse las piernas costaba 390.000 pts, los brazos sólo 180.000, las axilas nada más que 170.000, las ingles 190.000, y para los hombres hacían un descuento especial del 25 por ciento. El comercio de la epidermis debe ser un buen negocio, ya que dichos centros de belleza proliferan últimamente en todas las ciudades. Somos tan superficiales que nos preocupa más la piel, la apariencia, que el contenido. Queremos olvidar que venimos del mono, que somos todavía bastante animales. Preferimos imaginarnos perfectamente depilados, como criaturas divinas que huyen de la imperfección. El anuncio decía que podíamos conseguir unas piernas de ensueño. Ensueño es también ilusión, fantasía, quimera, algo parecido a la mentira. Hay cuerpos que son todo mentira, falsos pechos, nalgas reparadas, liposucciones varias, rostros corregidos, pieles estiradas, depilación total y maquillaje. Si Mary Shelley hubiese nacido en esta época, en lugar de en el siglo XVIII, el doctor Frankenstein sería un cirujano plástico y su criatura un monstruo de belleza prefabricada y fría, un ser con cuerpo y sin cerebro. Pero, a pesar de nuestra búsqueda de la felicidad a través de la estética comprada, de la hermosura ofrecida en catálogo, seguimos siendo feos por dentro, feos de sentimientos. Por eso estamos siempre metidos en guerras. Por eso hay dolor, hambre y falta de paz y libertad en el mundo. Porque nos preocupa más un grano en la punta de nuestra nariz que un millón de muertos lejanos e invisibles, porque nos aterroriza un poco de acné o de seborrea mientras obviamos el rostro dolorido por la desigualdad y la opresión de casi la mitad de los habitantes de este feliz planeta.

Somos unos seres muy peculiares, exigentes de belleza. Un buen aspecto nos aleja de complejos e incluso puede ser más valorado que la inteligencia a la hora de conseguir un puesto de trabajo. La imagen que tenemos de un millonario o de un héroe es la de un tipo rodeado de señoritas estupendas. Los fanáticos islámicos practican el terrorismo suicida porque les han prometido un paraíso en el que dispondrán de un harén de doce o trece bellísimas mujeres para ellos solos. ¿Se sacrificarían por doce feas? De igual manera, a los soldados americanos en guerra les envían siempre de visita actrices y cantantes guapas, para levantarles la moral.

Y no nos dejemos engañar, hasta en la famosa telenovela "Betty, la fea", que dicen ha sido la más vista en toda hispanoamérica, los espectadores aguantaban meses y meses, capítulo a capítulo, nada más que para ver el momento en que, la tal Betty, se volvía guapa. Porque el mérito de Betty no era ser lista ni tener buenos sentimientos. Era, simplemente, que al final dejaba de ser fea.

La verdad es que con tanto canto a esa estética meramente superficial del cuerpo humano, nos han robado la belleza, la belleza interior. Si es que alguna vez la tuvimos.