Sección: ARTE
Serie: ---
Título:
Piedras y restos
Autor: Guillermo Unzetabarrenetxea
e-mail: giller@euskalnet.net

nº 24 - Enero

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Los vientos y los siglos mellan y embotan las aristas de los sillares antiguos, pero su aspereza no es mucho mayor que cuando el cantero terminó de tallarlos. Las vigas de madera son toscas y a veces están combadas, siempre igual de robustas y rugosas. La edad no afea estos materiales, sino que los embellece porque nos muestra a la vez el material y el transcurrir de su inmóvil existencia.

Nuestras ciudades se componen sobre todo de cemento, vidrio, acero y asfalto. Son materiales que no podemos encontrar en el campo en estado natural, y en cuya ruina no percibimos la noble decadencia de la piedra o la madera. Una viga quebrada y podrida sigue siendo un hermoso trozo de madera, pero un perfil de aluminio roto o abollado es un puro desecho. Las piedras desmoronadas de un castillo o del muro de un redil se cubren de musgo, igual que las que nunca se usaron para construir; en cambio, los pedazos de hormigón escupidos por los modernos derribos son un resto pulverulento sin la riqueza de veteados de las piedras. Una telaraña en una puerta de roble no resulta extraña, porque hemos visto telarañas en los robles, pero en una ventana de PVC es una suciedad terriblemente impura, casi infecciosa. Pocos fracasos son más tristes que el óxido en el acero inoxidable de un colosal edificio emblemático, mientras que los líquenes hermosean una humilde ermita centenaria.

De algún modo, esos materiales a los que el trabajo ha dado forma, y que dan forma a la civilización, nos hablan de nuestra relación con el resto del mundo. El destino de las piedras y los árboles no habría sido muy distinto si no los hubiéramos usado para construir. Son piezas del enorme transcurrir de la tierra, y nosotros también; apenas hemos cambiado de sitio y de forma unas rocas y unos árboles que de todos modos habrían acabado pulverizados por el suelo, en un ciclo infinito de vida, muerte y erosión. Pero cuando el vidrio, el aluminio o el gres vuelven a la tierra, ya no son los materiales que salieron de ella, y la desparramada escombrera transforma a su vez al paraje que la recibe. Despreciamos a esos cascotes como basura, quizá porque percibimos oscuramente que hemos roto el ciclo. Y no sabemos dónde nos lleva el nuevo rumbo, pero su ruta está jalonada de fragmentos que a la tierra que dejamos atrás le cuesta digerir, que a nosotros nos parecen feos porque a ella le son extraños.

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