Sección: OPINION
Serie: ---
Título:
Cuento de Navidad
Autor: Enrike Gutiérrez Ordorika
e-mail: enrike@espacioluke.com

nº 24 - Enero

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Acabamos de concluir el primer año de un tercer milenio al que se le pronostican increíbles avances tecnológicos y, aunque resulte insólito, en los cuentos de Navidad sigue siendo imprescindible la presencia de homónimos modernos de aquellos personajes con los que Dickens se revolcaba en lo sentimental para denunciar, con aire caricaturesco, el dolor inmenso de un mundo ingrato para muchos. El sentimentalismo era un recurso desmitificador en aquellos lejanos prolegómenos de una revolución industrial en la que curiosamente también la ideología dominante pronosticaba un cercano triunfo del progreso y de la razón. Cenizas del optimismo en la memoria de un largo y terrible siglo XX.

La esperanza es siempre una herida de la posibilidad, una especie de desgarro que anida en los pliegues de esa sangrante contradicción existente entre la enorme potencialidad de un mundo materialmente opulento y la secular avaricia que perpetúa las miserias humanas. Así, por ilustrarlo con un ejemplo actual, hay algo más que un sarcasmo grotesco entre la prodigalidad de la riqueza de un país como Argentina y la bancarrota de la inmensa mayoría de sus desesperados habitantes.

En uno de sus diálogos radiofónicos con el escritor Osvaldo Ferrari, Borges se preguntaba si la Sociología no sería quizás una ciencia imaginaria. Decía, "antes no se hablaba de economistas, pero el país prosperaba, ahora casi no se habla de otra cosa, y el resultado de esos expertos ha sido la ruina del país". Las palabras de Borges tienen quince años, pero se ajustan como un guante a esa pobre Argentina de hoy en la que la teoría económica del FMI ha vuelto a evidenciar que es una ciencia tan imaginaria como la alquimia.

En los cuentos navideños de Dickens, los infelices tenían una esperanza que la mayor parte de las veces se alimentaba con el plato de sopa de la compasión. La ironía está en que el asombro periodístico se sitúa en las inusuales imágenes de miles de hastiados ciudadanos lanzados al espontáneo saqueo de comercios, cuando lo realmente asombroso es que eso no ocurra a diario en Calcuta, Lagos, Caracas u otros cien lugares del mundo. Quizás la explicación resida en que los bonaerenses han leído lo que escribió Borges en Episodio del enemigo, "Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Lo tengo ahora a mi merced y no soy misericordioso".

Pero, pase lo que pase, conservemos el viejo espíritu navideño. Ya hay quien propone a los desheredados que cuando se lancen a la calle lo hagan con un cartel : "nos morimos de hambre, perdonen las molestias".