Sección: LITERATURA
Serie: Bestiario
Título:

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Autor: José Morella
e-mail: bestiario@espacioluke.com

nº 24 - Enero

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En la facultad leímos muchos libros más o menos teóricos, y lo que pasa con los libros es muy raro: algunos creímos entenderlos bien, pero con el tiempo nos dimos cuenta de que no era así; simplemente nos hicimos una idea, muy nuestra, eso sí, a la que amábamos, de lo que querían decir; esto es: nos decíamos a nosotros mismos a través de ellos. Ya se sabe, los humanos somos siempre un pedazo de líbido ególatra. Otros libros los entendimos perfectamente, pero con el tiempo nos dimos cuenta de que eran los peores, los de autores más retrógrados y cuadriculados, los más ramplones. Si no de qué los íbamos a entender tan bien. A pesar de haberlos entendido, nos desentendimos de ellos, por aquello de no arrastrar peso muerto en los viajes. Hubo otro tipo de libros que sólo los que tenemos la vergüenza algo desnortada nos atrevemos a recordar (no muy a menudo, no se vayan a creer): aquellos de los que no entiendes absolutamente nada, que te dejan con una empanada mental de aúpa. Dentro de este subgénero están los que hablan sin decir nada, y por eso no hay nada que entender, y los que dicen lo más importante del universo universal, los que tienen cifrado el mensaje sagrado, la piedra filosofal, sin la que nuestros días perecerán tristemente por nuestra propia estultucia, porque no fuimos capaces de desentrañar el jeroglífico que llenaría de luz nuestro espíritu. No diré títulos (aunque son muy poquitos, no se vayan a creer, acaso uno o dos...) porque son los que resultan más dolorosos. Uno también se desentiende de estos libros, pero a la fuerza: son ellos los que se desentienden de nosotros. Todos estos libros de los que venimos hablando son los que, en definitiva, no importan. Finalmente están los libros que importan. Los libros que importan son esos que a uno, sin saber cómo, se le impregnan al alma y ya no hay quien los despegue de ahí, pobrecitos míos, con lo sucio y toqueteado que está eso. A mí me pueden esos libros teóricos que no quieren serlo, que sin darse cuenta se te ponen poéticos en el gaznate mientras te van colocando neologismos aquí y allá, analizando este o aquel concepto con agudeza, advirtiendo con una que otra nota al pie. Esos son los que entendí. Pero al loro, no los entendí enteramente, porque son ese tipo de libros que piden que no los digieras cual antropófago, que no los asimiles del todo. Les gusta quedar así, medio huecos y medio brillantes en tu sesera, para latir vivos y coleando.Normalmente, después de su lectura a uno le queda una impresión vitalicia de goce, en un sentido casi erótico, pero le resulta muy difícil hablar de ellos. Por qué te gustó, qué quiere decir realmente el tipo con lo que dice. Normalmente cuando vuelves a leerlos entiendes mil cosas nuevas, que relevan en el goce a las anteriores. A la vez son libros que dicen verdades tan salvajes y poco verificables que te asustan un poco. Pero dejémonos de rollo. Ejemplo; Maurice Blanchot, en Falsos Pasos: "el escritor se halla en la situación cada vez más cómica de no tener nada que escribir, ni medio alguno para escribirlo, y de estar obligado por necesidad a escribirlo en todo momento. No tener nada que decir debe interpretarse en el sentido más sencillo del término; sea cual fuera lo que quiere decir, no es nada (...) es necesario que (el escritor) sea destruido por un acto que lo ponga realmente en juego. El ejercicio de su poder le obliga a inmolar dicho poder. La obra que hace significativo que no hay obra hecha". Fascinante, ¿no? Una especie de obra hecha por su propio afuera, por la desesperación de su no decir. A fuerza de buscar una cosa sin encontrarla, hago un camino. Nunca la encuentro, pero el camino ha quedado trazado: es la obra. Pues ea, en el bestiario nos hacemos un viajecito y resulta que en lo más profundo de las profundidades del Pantanal, una región del Brasil donde hay muchos bichos y poca gente, escondido del mundo y las prisas, hay un poeta entrado en años, Manuel de Barros, que se sabe la lección de Blanchot y se ha pasado la vida haciendo, como rosquillas, libritos deliciosos en los que uno lo encuentra todo pero que no tienen nada. Están hechos de nada. Son construcciones de palillos de dientes, nubes de humo donde está la verdad más profunda de todas: la nube de humo. Sólo hace falta echar un vistazo a los títulos para alucinar: Compendio para uso de pájaros, Gramática expositiva del suelo, Libro de pre-cosas, El libro de las ignorancias, Libro sobre nada, Retrato del artista cuando cosa, Arte de infantilizar hormigas... ¿Tienen curiosidad? Okey, ahí va un poemilla. Es en portugués, pero es fácil: /O que nao sei fazer desmancho en frases / Eu fiz o nada aparecer / Represente que o homem é un poco escuro / Aquí de cima nao se ve nada / Mas quando se chega ao fundo do poço já se pode ver o nada / Perder o nada é un empobrecimento/. Es curioso pensar que mientras Blanchot redactaba los folletos revolucionarios del París del 68, Barros estaba juntando palabritas bajo el canto de los pajarracos de Matto Grosso. La nada, ya ves tú, está en todas partes.