Sección: LITERATURA
Serie: Leer a oscuras
Título:
Falsos adversarios
Autor: Borja de Miguel
e-mail: borja@espacioluke.com

nº 34 - Diciembre

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Este verano, en el Festival de Cine de Cannes, se estrenó la película “El adversario” -de Nicole Garcia- que ha pasado casi inadvertida por nuestras pantallas y, por tanto, también por las taquillas. En ella, la actriz y cineasta francesa nos cuenta el caso real de Jean-Claude Romand, pero la película tiene más historia...

En 1993, la mañana del sábado 9 de enero, Jean-Claude Romand mataba en Francia a su mujer y a sus dos hijos e incendiaba después, con la intención de suicidarse, la casa donde residían. Previamente había acabado también con la vida de sus padres con una escopeta de caza. Después de haber pasado los últimos dieciocho años engañando a su familia y amigos –todos pensaban que era un prestigioso médico de la Organización Mundial de la Salud que trabajaba en Ginebra y ni siquiera había llegado a licenciarse en Medicina- sus mentiras estaban a punto de descubrirse y, antes de que se desmoronara su falso mundo ante los ojos de sus conocidos, decidió asesinar a las personas más próximas a él. Sobre estos hechos, que fueron seguidos por la prensa francesa, encontramos hoy, casi diez años después, nada menos que un libro y dos películas.

El primero en aparecer fue el libro “El adversario” –editado tanto en Francia como en España en 2000- en el que el novelista y guionista francés Emmanuel Carrère hace algo parecido a lo que Truman Capote hacía, treinta años antes, en “A sangre fría”: centrarse al máximo en los sucesos para construir una novela en la que lo importante es que el lector crea que todo lo que se narra es verdad. Inevitablemente, hay fragmentos inventados –al igual que Capote, Carrère relata escenas que deberían haber sucedido en la intimidad y que el autor nunca habría podido conocer- pero la intención es ésa: convencer de que aquello sucedió tal y como se narra. Y que cada uno saque sus propias conclusiones.

Mientras Carrère publicaba su novela, el director francés Laurent Cantet se daba a conocer con su primera película, “Recursos Humanos”, con la que ganaba un León de Oro en Venecia y asistía al Festival de San Sebastián. Los crímenes de Jean-Claude Romand debieron de llamarle también la atención a este cineasta porque un año más tarde, en 2001, presentaba la película “El empleo del tiempo”, basada en los mismos hechos que “El adversario”. Sin embargo, las diferencias entre ambas obras son considerables ya que, en la película, el asesino Jean-Claude se convierte en Vincent: un hombre que ha sido despedido de una importante consultoría y que simula, ante sus conocidos, seguir trabajando. Todo el film se centra en el engaño. Y la cámara se esfuerza en entrar en la cabeza de Vincent, en encontrar su ritmo, su lógica, sus recovecos. El protagonista ya no es un monstruo sino una persona normal –como muchos, como el propio espectador- atrapada en sus propias farsas. Aquí Vincent no llega a asesinar a nadie, es más, termina volviendo al trabajo y recuperando a su familia y amigos. En este caso, a Cantet no le interesó tanto la veracidad de su historia como la posibilidad de hablar de lo que a él le interesaba: hasta qué punto la mentira se ha instalado en nuestra sociedad.

Y unos meses después –y dando una pequeño rodeo- llegamos al fin a la película de Nicole Garcia. Porque “El adversario” de Garcia está basado no ya en los asesinatos de Jean-Claude Romand sino en el libro de Carrère. Y esta elección es significativa porque, aunque la novela es fiel a los hechos reales, Garcia no necesita ya esta realidad sino el libro. O, en todo caso, la obra de Carrère se ha convertido en una realidad tan válida para ella como los propios sucesos lo fueron antes para el escritor. Y a pesar de que existía una película reciente sobre ellos, Nicole Garcia considera que tiene algo más que decir. Rueda, y estrena en Cannes su película: un trabajo interesante ya no sólo por la historia que trata sino también porque Garcia es una de las mujeres que, en los últimos años, están revolucionando el panorama cinematográfico francés.

Después de estas idas y venidas uno se pregunta dónde ha quedado la verdad de Jean-Claude Romand. ¿Es más cierta la historia de Carrère que las otras por ser más próxima a la realidad? ¿Tiene por eso más valor? Es más: ¿importan aquí algo los asesinatos de Jean-Claude? Tradicionalmente, una parte del arte se ha preocupado por ser fiel a la realidad tangible, incluso hoy la moda de los documentales parece recuperar esta tendencia. Pero hace tiempo que el arte ha dejado de necesitar los hechos, los objetos y la Historia como tales. Porque todavía –aunque la tecnología ha conseguido colarse en nuestros dormitorios y hasta dentro de nuestros genes- se pueden contar verdades a través de ficciones. Y lo realmente interesante de estas tres obras es que detrás de cada Jean-Claude retratado –y detrás de los miles de Jean-Claudes que podrían retratarse basándose en su historia- hay una verdad radicalmente distinta, personal. Y ya no se trata de cuál es más verídica. Se trata de que esa verdad que cada autor necesita contar esté bien construida y, sobre todo, de que nos diga algo nuevo de nosotros mismos. Una premisa que muchos libros y películas que se producen hoy parecen haber olvidado. Aunque quizás no es un problema de memoria, sino de rentabilidades.